domingo, 27 de abril de 2008

- Dibuja tu sueño en esta hoja.
Nacho cogió el folio que le ofrecía la psicóloga y comenzó a mordisquear el lápiz. Estuvo así un buen rato, con los ojos fijos en el blanco del papel. Dibujó por fin un campo soleado con árboles y un sol redondo y enorme. A continuación pintó de nuevo la escena, exactamente igual, excepto por el sol, que ahora era una cara diabólica.
Le devolvió la hoja a la psicóloga y le dijo que no era fácil dibujarlo, pero que si prefería se lo podía explicar. Comenzó a sudar, un poquito, por la nuca.
La psicóloga sonrió y le dijo que lo entendía bien.
- Ahora descríbeme tu habitación.
Nacho comenzó a contar: sus juguetes, sus libros, su cama, con las pegatinas de sus héroes preferidos, y su armario.
Estuvo una hora metido en el cuarto, mientras su padre ojeaba en la sala de espera unas revistas. Cuando salió, el padre le revolvió le pelo y se lo llevó de la mano al coche.

Esa noche Nacho volvió a tener problemas. A las nueve y media se fue a acostar temblando de arriba abajo, deseando que fuera la mañana siguiente, que la noche ya hubiera terminado. Volvió a sudar, un sudor frío, gota a gota, por la nuca, que le llegaba hasta el cuello del pijama y ahí se convertía en algo cada vez más duro, cada vez más frío. Se metió en la cama, diciéndose que esta vez sí que iba a conciliar el sueño. A oscuras, contó ovejitas, una tras otra. Pero no funcionaba. Comprobó que los armarios estuvieran bien cerrados y que bajo la cama no hubiera nadie. Volvió a meterse en la cama. Pasó una hora, después otra. El reloj de la abuela dio las doce. Nacho comenzó a sudar, esta vez mucho. Fue al baño, le dolía la tripa. Le dolía muchísimo. Vomitó. Sus padres acudieron corriendo, al compás de las arcadas, a ver qué le sucedía ahora.
Nacho llevaba dos años así. Por las noches no dormía, temblaba y comenzaba a llorar, a tener náuseas. Se le hacía tarde, se agobiaba, no iba a dormir lo suficiente y al día siguiente iba a estar cansado. Eso le agobiaba aún más y no podía conciliar el sueño. Temblaba, sudaba. Por fin conseguía dormirse, a las tantas de la madrugada, pero eso no resolvía nada. Al día siguiente sería igual.

Era sábado, Nacho había quedado con sus amigos en “Poslo”, la tienda de chucherías del barrio. Bajó a las cinco y esperó, con unas pipas en la mano, a que llegaran los demás. Sonreía. Llegaron Javi y Carlos, que traía un balón. Después los demás. Empezaron a jugar. El padre de Nacho había sido portero del Atleti, según les había contado nada más llegar al barrio; por eso Nacho siempre elegía quién jugaba en su equipo.
A las ocho y media los chicos se despidieron. Habían sudado mucho y ahora la humedad se estaba transformando en frío. Nacho comenzó a agobiarse de nuevo. Estaba atardeciendo, eso quería decir que no faltaba mucho para ir a la cama. Llegó a casa y su madre le preguntó qué había estado haciendo. Nacho respondió que habían ido a ver una peli a casa de Gonzalo.
A continuación se encerró en su habitación y comenzó a llorar. A tiritar. A sudar.

El lunes llegó, con ojeras y sudor, y Nacho se encaminó al colegio. A la hora del recreo, bajó al patio. Ahí estaban todos esperándole para jugar al fútbol. No le apetecía jugar, así que se sentaron a la sombra y comentaron el partido. Eligió a Álvaro para que se sentara junto a él. Colorado por los honores y el calor, Álvaro se acercó. Nacho le contó, en susurros, que su padre le había pegado. Álvaro era un buen amigo, sabía escuchar y nunca contaba nada a nadie. Nacho sudaba. La semana anterior le había contado que su futuro hermano no era hijo de su padre, porque se lo había oído decir a su madre mientras hablaba con una amiga. Nacho le dijo que su padre cada vez estaba más violento, que su madre lloraba mucho.
Álvaro, preocupado, le dijo que se lo contase a la profesora. Nacho se hizo el duro y le restó importancia.

El miércoles Nacho fue al entrenamiento. Corrió y sudó mucho. Para terminar, el entrenador les hizo jugar un partido entre ellos. Nacho, agotado por el cansancio, se desmayó en el campo.
Al día siguiente todo el colegio giraba en torno al gran acontecimiento: Nacho se había desmayado. Contó la historia a mil grupos de fans que se arremolinaban a su alrededor y le traían caramelos para que no se volviese a desmayar.
Una vez a solas con sus amigos, Álvaro se acercó a Nacho y le preguntó, cuchicheando, con los ojos oscuros, si lo del día anterior tenía algo que ver con lo de sus padres. Nacho afirmó con la cabeza, se llevó a Álvaro a un rincón. Sudaba. Le contó que su padre ese día había cogido una maleta y había dicho que se iba a ir de casa.

- ¿Por qué crees que te desmayaste ayer?
Esa pregunta le pilló desprevenido. La psicóloga le miraba a los ojos, vislumbraría cualquier tipo de mentira.
- Porque no había merendado.
Seguía con los ojos fijos en él, en cualquier movimiento. Se le estaba quedando duro el cuello de la camiseta con el sudor. Sitió frío y deseó salir de la habitación con todas sus fuerzas. Regresar con su padre.
Pasó una larga y tormentosa hora mirando al suelo, con los profundos ojos de la psicóloga taladrándole, le parecía, la cara, los ojos, la tripa. Se encontró mal de nuevo, tuvo ganas de vomitar. Empezó a tiritar. A sudar. Miraba al suelo.
Al salir, se abalanzó sobre su padre. Le abrazó, y en el camino de vuelta le dijo que no quería volver a ese lugar, que la psicóloga le trataba mal, que no lo entendía. El padre, atónito, trataba de calmar a su hijo y le preguntaba qué había pasado.
- Me ha tocado- respondió Nacho al fin. El sudor le resbalaba por la columna vertebral, parando fría y dolorosamente en cada una de las vértebras.
Al principio el padre no lo podía creer, pero, al rato, la estupefacción dio paso a la rabia. ¿Cómo se había atrevido? Cuando llegaron a casa le dijo a Nacho que se lo contara de nuevo a su madre, pero Nacho se echó a llorar. El padre lo abrazó y le dijo que no se preocupara. Le mandaron a ver la tele y se encerró él en un cuarto con la madre a tratar el tema.Salieron los dos, cogidos de la mano, y abrazaron a su hijo. Para cenar, la madre hizo filetes con patatas, la comida preferida de Nacho, y anunciaron a su hijo que de nuevo se iban a mudar para que olvidara ese terrible incidente. Nacho sonrió. Esa vez sería distinto. Cogió un papel y escribió a su amigo Álvaro contándole que su madre se iba de casa y él se tenía que ir con ella por orden del juez.

lunes, 7 de abril de 2008

Golpea su herida de vez en cuando,
que cuelga, como suspendida,
del péndulo.
A punto de caer.
Se mira en el espejo esperpéntico
y sólo ve una caricatura borrosa,
indescriptible.
Alza una mano y se toca el rostro.
Algo más seguro,
mira alrededor.
Nunca Jamás se desmaterializa
y sus protones y electrones
comienzan a revolotear.
Cabalgan.
Lloran.
Cuerdas de música oprimida, a latigazos,
le hacen correr y huir
de la habitación.
Echa la llave y la tira.

domingo, 16 de marzo de 2008

Mano sobre mano,
lengua contra lengua,
diente a diente.

Paso a paso,
vientre contra vientre,
ojos sobre ojos.

Dedos a medida,
dedos contra luz,
dedos sobre párpados.

Ojos sobre cuencas,
manos contra párpados,
cuencas al aire.

martes, 19 de febrero de 2008

Señorita democrática liberal.
Familia bien: sin perlas y con cocinera.
Ante todo, progresista:
igualdad entre los pueblos.

Señorita inteligente.
Instituto de palestinos y crestas.
Edad suficiente para tacones,
música chill out, discusiones filosóficas.

Señorita menor de edad.
Sueños políticos, camaradas.
Padres rojos con tres coches,
paga semanal: 20 euros.

Señorita madura y con mundo.
Viajes a África y Asia.
Odio a lo superficial,
secretos impensables y mucha lima, por favor.

martes, 22 de enero de 2008

RIP

¿Aún tienes piel?
Habla,
te quedan los dientes.
Di.

Gusanos blancos como barbas
penden.
Te enstán comiendo, ¿no lo ves?
Huye.
Ahora regresa aquí y cuéntame,
vamos.

Dime qué ocurrió, ¿por qué me temes tanto?
Toses.
¿Qué ha sido de las barricadas de sangre?
Gimes,
no es suficiente. Tendrás que sufrir más.
Lloras.
¿Hay alguien ahí? ¿Es que no me oye nadie?
Callas.