lunes, 7 de abril de 2008

Golpea su herida de vez en cuando,
que cuelga, como suspendida,
del péndulo.
A punto de caer.
Se mira en el espejo esperpéntico
y sólo ve una caricatura borrosa,
indescriptible.
Alza una mano y se toca el rostro.
Algo más seguro,
mira alrededor.
Nunca Jamás se desmaterializa
y sus protones y electrones
comienzan a revolotear.
Cabalgan.
Lloran.
Cuerdas de música oprimida, a latigazos,
le hacen correr y huir
de la habitación.
Echa la llave y la tira.

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